El pesimismo del filósofo se halla en la raíz del interés, hoy renovado, por una obra cuyos ejes centrales, además de la visión negativa del presente, incluyen una concepción del hombre como ser egoísta
Francesc Arroyo
Crónica Global - 31 de agosto de 2024
En 1811 Arthur Schopenhauer explicó por qué se dedicaba a la filosofía: “La vida es una cosa miserable y me he propuesto dedicar la mía a reflexionar sobre ello”. Un pesimismo que probablemente se halla en la raíz del interés, hoy renovado, por una obra cuyos ejes centrales, además de la visión negativa del presente, incluyen una concepción del hombre como ser egoísta, inclinado a la maldad, y una perspectiva del futuro en la que no hay lugar para progreso alguno. Schopenhauer creía que no puede haber otro mundo peor. Si lo hubiera, se autodestruiría.
La visión pesimista le llegó muy pronto: “A los 17 años quedé impresionado por las calamidades de la vida, como le ocurrió a Buda en su juventud, al descubrir la enfermedad, la vejez, el dolor y la muerte”. La frase refleja bien su autoestima, al identificarse con una de las figuras que admiraba.
En 1811 Arthur Schopenhauer explicó por qué se dedicaba a la filosofía: “La vida es una cosa miserable y me he propuesto dedicar la mía a reflexionar sobre ello”. Un pesimismo que probablemente se halla en la raíz del interés, hoy renovado, por una obra cuyos ejes centrales, además de la visión negativa del presente, incluyen una concepción del hombre como ser egoísta, inclinado a la maldad, y una perspectiva del futuro en la que no hay lugar para progreso alguno. Schopenhauer creía que no puede haber otro mundo peor. Si lo hubiera, se autodestruiría.
La visión pesimista le llegó muy pronto: “A los 17 años quedé impresionado por las calamidades de la vida, como le ocurrió a Buda en su juventud, al descubrir la enfermedad, la vejez, el dolor y la muerte”. La frase refleja bien su autoestima, al identificarse con una de las figuras que admiraba.
Vivió de fracaso en fracaso, pese a las facilidades para lo contrario. La fortuna heredada de su padre, fallecido cuando él era adolescente, le permitió dedicarse a reflexionar y escribir sin que apenas nadie valorara sus escritos. Este fiasco se tradujo en el desprecio hacia una universidad que le ignoraba, señalando que los genios tardan en ser comprendidos. Su invectivas contra Schelling, Fichte y, sobre todo, Hegel, hicieron que en Dinamarca le negaran un premio por su tono insultante. Obtuvo una plaza en la Universidad de Berlín y programó sus clases a la misma hora que las de Hegel. No se arredró por la falta de alumnos. Lo suyo era, decía, un “atajo hacia la posteridad”. Siempre en soledad: sus amores no fueron correspondidos y se mostró experto en granjearse enemigos.
De haber vivido hoy hubiera celebrado las redes sociales, con amigos, pero a distancia. “Lo que hace sociables a los hombres es su incapacidad para soportar la soledad y, en ésta, a sí mismos”, porque “un hombre completo tiene suficiente consigo mismo”.
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