¿Qué pensaba Erich Fromm como psicoanalista, teórico social, filósofo y judío sobre los enigmas del amor, la constitución del ego y el tú? ¿De qué manera pudieron influir en este pensamiento complejo la Cábala, Martin Heidegger, Sigmund Freud y Martin Buber?
Alejandro Massa Varela
PijamaSurf - 29 de agosto de 2024
Para el psicólogo social y filósofo Erich Fromm, el amor es enigmático y, a la vez, la respuesta a un problema: la existencia humana es desde el nacimiento un estado de distanciamiento o "separatividad". La completud o reconocer lo no delimitado desde la individualidad, eso es el amor como regreso no al pasado antes de nacer, sino como actividad interior:
Si el amor fuera solo un sentimiento, no habría base para la promesa de amarnos para siempre. Un sentimiento viene y puede irse. ¿Cómo puedo juzgar que permanecerá para siempre, cuando mi acto no implica juicio ni decisión?
Esta es la premisa fundamental del libro de 1956 El arte de amar, obra de una de las principales figuras de la famosa Escuela de Frankfurt, basada en utilizar las potencialidades analíticas del psicoanálisis, el marxismo y el giro filosófico hacia el lenguaje.
La respuesta madura al problema de la existencia es el amor.
Esta conclusión de Fromm no es una frase motivacional y se comprende mejor desde sus influencias. Para el padre del psicoanálisis Sigmund Freud, el amor es más que una pulsión. Se trata de lo más constitutivo y contradictorio porque, por un lado, es el estado del yo cuando se siente igual a la otra persona, y por el otro, el sujeto sitúa el yo mismo como objeto de amor y absoluto del mundo, siendo una idealización narcisista desarrollada sobre otro ser.
La idealización permite la felicidad erótica, aunque también una constante insatisfacción ante lo que es imposible para lo subjetivo. Es esta parte del amor la que opera desde el inconsciente e implica un padecimiento propio de la condición humana: lo difícil del encuentro con el otro. En el libro de 1914 Introducción al narcisismo, Freud escribió:
Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal.
Amar es el mayor riesgo para la constitución narcisista del yo, porque el sujeto queda a merced de la voluntad, el goce, la imperfección realista y la mortalidad de otro. El amado se vuelve en angustia ante la posibilidad de perderlo y de perder al yo idealizado. Esto no puede resolverse mientras se confina al amado en un "estatuto de objeto" o en el dominio imaginario del amante, programado para reforzar constantemente la identidad limitada del "ego", el sentido de quiénes somos. Por eso el amor es neurótico, ya que implica un placer narcisista y una renuncia a este placer, una muerte del yo para que viva otra subjetividad.
El amor verdadero o la intimidada universal no surgen del ego, sino que desarrollan "algo más" de la identidad. Para experimentar su poder, hace falta entrar en contacto con una parte diferente de uno mismo que es también un más allá.
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Imagen: Erich Fromm en 1974 por Müller-May / Rainer Funk, CC BY-SA 3.0 de, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=43921778
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