Paula Herrero Diz
El Economista - 14 de octubre de 2023
Los universitarios son susceptibles a las noticias falsas; comparten deliberadamente publicaciones controvertidas en las redes sociales sin ningún motivo o para autocomplacerse; no dan importancia a la autoría o a la fuente; no saben distinguir el rumor de la información; abusan de los filtros en sus fotos; participan del discurso de odio en las redes; copian sus trabajos académicos, y ya no necesitan estar de acuerdo con los hechos.
Estas afirmaciones son las conclusiones extraídas de los distintos estudios científicos en los que se ha puesto a prueba el conocimiento o las habilidades de los universitarios para discernir información engañosa de aquella que no lo es.
Después de estas imputaciones no pretendo caer en gracia a este público, sino provocarle, y hacerlo desde la universidad, como hizo en su día Miguel de Unamuno en su primer discurso de apertura del curso académico en 1900 como rector en Salamanca:
"¡Ojalá vinieseis todos henchidos de frescura, sin la huella que os han dejado quince o veinte exámenes, y trayendo a estos claustros no ansia de notas sino sed de verdad!”
Porque esos estudios anteriores también arrojan una solución esperanzadora: a mayor y mejor conocimiento sobre las formas de engaño, se han activado los mecanismos de defensa de los usuarios para identificarlas y se ha incrementado su nivel de pensamiento crítico frente a los contenidos que consumen. Veamos entonces qué se puede hacer desde el aula.
Conocer el lexicón: a la verdad por el lenguaje
Uno de los rasgos de la posverdad, aparte de que las emociones dominan sobre los hechos, es la generación de todo un marco mental con su respectiva “nube de palabras” –nuevas o no– que, una vez puestas en circulación, se viralizan.
La pensadora polaca Alicja Gescinska (2023) pone el acento precisamente en el peligro del manoseo de determinadas expresiones; una vez estandarizadas, vulgarizadas, su valor se abaratará y correrán el riesgo de perder su sentido original.
Por contraposición, otro aspecto del fenómeno es la extirpación del diccionario de términos complejos en pro de voces triviales, lo que supondrá el empobrecimiento de las ideas por la dificultad para exponerlas.
Miedo a la disidencia
Todo este clima se ha trasladado a la universidad donde el miedo a la disidencia ha anulado el ejercicio de actividades tan estimulantes para el pensamiento como el debate; someter nuestros planteamientos al escrutinio de los demás. Y lo más perverso, ha normalizado la cultura de la cancelación para evitar enfrentarnos a otros puntos de vista, lo que ha convertido a esta moda en un ingrediente más de la posverdad.
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