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Carlos Díaz
El Imparcial - 22 de julio de 2024

1. ¿Cuáles fueron sus convicciones reflexivas, aquellas que llevan a vivir según pensó? Jaspers es un existencialista hermeneuta. Pregunta mucho, va de una interrogación a una transinterrogación, dejar abiertas muchas posibilidades de respuesta, pero no tapona sus heridas, las deja sangrando, las soluciones son pan para hoy y hambre para mañana. El lector asustadizo que busca seguridades concretas y definitivas se verá defraudado.

Los filósofos, aunque no solamente ellos, tendemos por lo general a tener dos vidas, la de nuestros pensamientos elevados, y por contraposición la real de nuestra cotidianidad, a veces miserable. Sin esa disimetría no habría ética, es decir relación entre lo que se es y lo que se debe ser. A veces, sin embargo, algunos pensadores escapan a esa diplopía y viven y mueren como hubieran querido y debido vivir y morir, y ese es el caso de Karl Jaspers. Su quebradiza salud personal desde la infancia, lejos de desesperarle, le abre a la intensificación de sus anhelos: “es asombroso el amor a la salud que genera un estado morboso en sí estacionario. La salud precaria que en éste subsiste se torna más consciente, más preciosa, acaso más sana casi, que la normal”.

También su dedicación profesional fue errática; el derecho que comenzó se le queda corto; la filosofía no la concluye; la práctica de la medicina la abandona; la práctica de la psiquiatría con pacientes también la marginó, y termina como catedrático universitario de filosofía, porque el título de doctor en filosofía tenía entonces validez universal para todas y cada una de las carreras, algo que en la actualidad es meramente honorífico. No sé si eso habrá influido en que sus obras sean por lo general complejas, asistemáticas, y mucho más analíticas que sintéticas, no faltando las fulguraciones brillantes en algunas de sus frases. En conjunto resulta algo difícil de leer, y de hecho continúa siendo un desconocido, a pesar de ser muy citado de segunda mano.

 

La existencia humana tampoco se limita a la contemplación de meras esencias abstractas, motivo por el que rompió nuestro autor con la fenomenología esencialista de Edmund Husserl. Al afirmar que las esencias sólo tienen sentido para las personas existentes, será el único de los llamados existencialistas que merece el título de tal junto a su predecesor Sören Kierkegaard y a Jean Paul Sartre su coetáneo. Para un existencialista, aunque la filosofía no pueda dar con la trascendencia a la que se abre, y falle en cuanto a su realización concreta, ofrece sin embargo el camino de acceso a la autenticidad del existir. La filosofía no pretende ser ciencia, ni teoría del conocimiento, sino una práctica existencial, resultado paradójico del shock ocasionado por la misma vida. En su compleja obra Filosofía y existencia (1938) denomina Jaspers a la existencia (Existenz) “la experiencia indefinible de libertad y posibilidad al confrontar el sufrimiento, los conflictos, la culpa, el azar, y la muerte”, lo cual influirá en Víktor Frankl, que se reclama discípulo suyo.

 

7. La libertad es inseparable de la conciencia de finitud, de límite, de las antinomias entre muerte y vida, la lucha y la ayuda mutua, el azar y el sentido, la culpa y la purificación, cada una de las cuales conforma una situación límite. La radicalidad de esas antinomias se hace evidente en la psicopatología con una pureza asombrosa. La vida se realiza en la muerte, la lucha en el reencuentro con lo Uno omniabarcante, la culpa en la purificación redentora, y el azar (destino) en el sentido pleno y definitivo de una existencia. Sin embargo, una relación más profunda es aquella en que estas situaciones límites se expresan al unísono en las obras de la cultura.

El pensamiento de Jaspers debe mucho al del danés Sören Kierkegaard, el cual, contra la filosofía especulativa, defendía que la verdad trascendente es humildad. La verdad trascendente solo puede manifestarse en aquello de lo que nada se ha dicho. La humildad de la verdad perseguida es tan grande que no osa presentarse ‘en el calvero del bosque’, del que habló Heidegger. Su presentación es equívoca: ella está allí como si no estuviese.

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La imagen del libro de Jasper NO está en el artículo original

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