El filósofo norteamericano reflexiona desde su burbuja académica sobre ciencia y conciencia en ‘He estado pensando’
Manuel Ruiz Zamora
The Objective - 22 de octubre de 2024
Una de las mayores virtualidades que nos procura la lectura de la autobiografía del filósofo norteamericano Daniel Dennett tal vez sea la de hacer que nos preguntemos a qué le llamamos exactamente filosofía, y ya, en un plano un tanto más pedestre, cuál es el motivo que puede llevar a alguien a escribir su autobiografía. Comencemos por este segundo asunto. Creo que estaremos de acuerdo en que lo primero que se requiere para contar la propia vida es tener una vida que contar. Lo segundo sería una necesidad más o menos perentoria de contarla. En general, quien cuenta su vida es porque, por las razones que sean, cree que su vida tiene una cierta relevancia.
Ahora bien, habremos de convenir que una vida es precisamente una de las pocas cosas con las que todo el mundo cuenta (en la doble acepción del verbo), a menos que ya esté muerto, en cuyo caso estará metafísicamente imposibilitado para hacerlo. Así pues, deberíamos añadir otra condición suplementaria: que esa vida encierre un mínimo de interés objetivo, es decir, que no sólo lo tenga para el sujeto que narra, sino también para el potencial lector que se anime a visitarla. Puede darse el caso, sin embargo, de que la experiencia del perpetrador de la autobiografía carezca de ninguna sugestión o relieve.
Pues bien, tampoco dicha circunstancia es determinante: si la pericia en narrar es suficiente, podremos encontrarnos con una excelente autobiografía, en la que, no obstante, desde la primera a la última línea serán falsas. Hay, en tal sentido, autobiografías sin vida (título éste que le robo a Félix de Azúa, incontestable maestro del género) que resultan apasionantes y vidas apasionantes que se mueren de aburrimiento en su propio relato. Pero queda una tercera posibilidad: la de vidas sin mayores fantasías que, además, se vierten en el papel de forma rutinaria, y cuyo único sentido al escribirlas no es otro que el de dejar constancia de ellas, como el niño que horada su nombre en el tronco de un árbol.
Ciencia y filosofía
Ello nos lleva al primer asunto que planteábamos: ¿de qué hablamos, entonces, cuando hablamos de filosofía? ¿Existe tal inconmesurabilidad de términos y, lo que es aún peor, de conceptos entre lo que se entiende por tal en el mundo anglosajón y lo que designamos con ese nombre en la Europa Continental? A ello le dedicó una monografía de cierto éxito la filósofa italiana Franca DÁgostini. Dennett, por su parte, practica un tipo de filosofía que cabría calificar sin complejos de empírica, y que se desarrolla en estrecha ligazón con las investigaciones más avanzadas de diversas disciplinas científicas, ya sea la neurobiología, la psicología experimental, las matemáticas, etc. Su interés, como decimos, por problemáticas de muy diversa índole es poco menos que infinito, y en ese sentido sólo cabe afirmar que la mente de Dennet es genuinamente filosófica. En este libro nos relata los experimentos más variopintos en los que participa codo con codo con otros reputados filósofos y científicos, pero a medida que vamos avanzado en la lectura el lector va echando de menos la presencia de un cierto vuelo especulativo que persiga ir un poco más allá del sentido puramente específico de las ciencias positivas.
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