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La incorporación de lo político en la ecuación de la filosofía de la tecnología, —que, para ser justos, es trabajada hace bastante por los norteamericanos de la nación mexicana—, es un hito en la historia de la filosofía con un alcance mucho más amplio que el previsto por sus autores.

Roberto Pizarro Contreras
El Mostrador (Chile) - 9 de septiembre de 2024

¿Qué es la tecnología y por qué es realmente el tema más importante de nuestro tiempo?

Por extraño que suene, la tecnología no es un ente separado del orden natural. Esta concepción anacrónica, defendida y viralizada por los antiguos griegos —y que pudo, por qué no, haber sido importada o robada de alguna de las civilizaciones del Este —, emana de la sorpresa que produce en nosotros una suerte de excreción o emanación que modifica el mundo, como el mago que descubre recién las fuerzas que residen en sus manos y que convierte piedras en líneas de producción de conejos de chocolate o mariscos.

Más bien, la tecnología puede entenderse como el conjunto de formas en que las entidades, vivientes o inanimadas, transforman el mundo y se ven, a su vez, transformadas por él. Los gusanos, por ejemplo, viven en la técnica de excavar; una técnica que hace posible la agricultura humana al fertilizar el suelo. La inteligencia artificial, por su parte, promete extender la vida —gracias a nuevas formas de diagnóstico y tratamiento de enfermedades— o incluso (re)crearla, como ya ha ocurrido en China con la incipiente (re)generación —cual homo deus— de un nuevo tipo de ganado.

Así, lo que a menudo denominamos “artefacto” o “dispositivo” no es simplemente un objeto tangible, limitado y definido, como una licuadora o un smartphone. Más bien, abarca todo aquello que contribuye a la transformación de la naturaleza —el auténtico mecanismo o aparato—, como un operario (pronto innecesario) manejando una grúa torre para erigir un edificio, o los residuos de una planta nuclear o de xenobots que eliminan el cáncer del organismo, que sirven de abono o combustible para otros procesos de la realidad. Estos elementos configuran paulatinamente una nueva cara de la naturaleza, una idea que el gran filósofo español José Ortega y Gasset ya insinuó, aunque contaminada por la jerga de la tradición filosófica.

Pero, ¿cuándo se vuelve la tecnología un problema? La tecnología deja de ser una técnica pura e inocente, al servicio de los seres humanos, cuando se transforma en un “logos” autónomo o en una razón para sí misma (tecno-logos o tecnología propiamente dicha), una capacidad que diverge de su objetivo y alcance originales, y que contraviene el orden natural al alterar la forma de ser de las entidades, sin que ellas puedan resistirse: humanos atrapados en los engranajes de sus propios sistemas, aves que ya no anidan en los árboles sino en los tejados de las ciudades, gases invernaderos calentando la faz de la Tierra, etc.

En consecuencia, no se trata de eliminar la tecnología, sino de encontrar oportunidades en ella, una moralidad y un posicionamiento a la altura de nuestra humanidad, que no se limite simplemente a dejarnos arrastrar por la inercia de nuestros inventos. 

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