Arnoldo Mora
Semanario Universidad - 24 de abril de 2024
El pensamiento del filósofo francés Michel Foucault constituye uno de los aportes más originales al debate en torno al estatus epistemológico de las ciencias humanas y sociales que ha ocupado y preocupado a casi todas las corrientes del pensamiento filosófico más importantes del siglo pasado. La originalidad y hondura del pensamiento filosófico de Foucault es tal que su influencia se hace sentir hoy en día en todas las ramas de las ciencias sociales y humanas: etnología y antropología, sociología, historia, teoría y crítica literaria, filosofía política, psicología y, por supuesto, en el pensamiento filosófico mismo, especialmente en los debates en torno a la epistemología de esas ciencias. Situarlo dentro de este contexto es el propósito de las presentes líneas.
Con Descartes (1596-1650) se inicia la modernidad, caracterizada por el hecho de que el pensamiento filosófico se centra en el ser humano; es la conciencia de sí lo que constituye el suelo nutricio donde se enraíza el pensamiento filosófico. De ahí que todo el pensar parta de un acto fundante: la autoafirmación del yo como verdad y ser absolutos. En el cogito cartesiano, lo importante no es el contenido del pensamiento sino la autoponencia del “yo” o sujeto pensante lo que cuenta ante todo; el verbo “pensar” se convierte en la filosofía cartesiana en un verbo reflexivo, “yo pienso” se traduce por “yo me pienso”; la conciencia del pensar se reduce a la conciencia de sí; yo no soy más que una sustancia pensante. De ahí que para Descartes y, con él, para toda la filosofía posterior, lo importante no es tanto la evidencia de las ideas claras y distintas, sino la certeza de que se ha llegado por fin a la verdad. Esta certeza se funda, no tanto en la racionalidad de las ideas, cuanto en la confianza en que Dios no puede engañarnos; en otras palabras, más que en la intuición racional que engendra la evidencia, es en el valor ético en que se funda todo saber cualquiera que este sea y cualquiera sea la fuente de donde proceda. La autoafirmación del sujeto, más que un acto de la razón, lo es de la voluntad. Se trata, en última instancia, como lo viera tan lúcidamente Nietzsche, de la voluntad que tiende hacia el poder como un impulso vital irresistible, como un destino que condena y redime al mismo tiempo a la humanidad, en otras palabras, como una autoafirmación absoluta y fundante. Todo saber no es más, en última instancia, que “la voluntad de poder”. Ya en los inicios de la modernidad el filósofo inglés Francis Bacon decía que el hombre no quiere hacer ciencia para saber, sino porque busca el poder que de todo saber se desprende.
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