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Alejandro Urueña y María S. Taboada
La Gaceta - 7 de septiembre de 2024

Para el sector de la humanidad que tenemos acceso a la web e internet, la IA está instalada como parte inherente de nuestra vida cotidiana. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, nos resuelve interrogantes, situaciones, trámites, búsqueda de información (y la lista podría ser infinita) sin siquiera movernos de lugar. Quienes hemos nacido antes del acceso público a estas tecnologías, desde el pago de una factura hasta la adquisición de cualquier tipo de información podía demandar horas y a veces días. Para comunicarnos con alguien de nuestro entorno debíamos memorizar sus teléfonos, y si era alguien desconocido, buscarlo en la guía telefónica sin certeza de que estuviera allí, lo cual sumaba nuevas acciones y mayor cantidad de tiempo. Hoy, con sólo clikear, resolvemos estas necesidades al instante, lo cual libera nuestra memoria, creatividad y productividad y evita dilaciones en el logro de nuestros proyectos. Podemos acceder a información múltiple y diversa producida en diferentes puntos del planeta -sin registrar presencialmente millares de archivos y bibliotecas- y emplear tecnología para su análisis y correlaciones, con el consecuente incremento de nuestras capacidades cognitivas y cognoscitivas. En este momento, mientras escribimos, el algoritmo nos propone correcciones gramaticales y nos suministra sinónimos sin levantarnos del asiento. Prueba de la magnitud del cambio en todas las dimensiones de la vida humana, es el desarrollo exponencial del conocimiento: aquello que en otra época hubiera demandado décadas o centurias, hoy puede alcanzarse – gracias a las tecnologías integradas- en el término de meses o de días. El logro de la vacuna contra el covid es una evidencia indiscutible de esa celeridad y potencialidad. Lo mismo puede decirse del desarrollo de los chatbots: desde que se abrió al uso público GPT, se han multiplicado en menos de dos años algoritmos que compiten y que hoy -tal el caso de Meta- los tenemos incorporado al chat de nuestro teléfono.

Interconectividad y vínculos

Para el desarrollo de estas ventajas, la interconectividad planetaria ha constituido y constituye una condición determinante. Y su impacto será aún mayor, si se logra el objetivo de que internet opere a la velocidad de la luz, que es uno de los proyectos en el que están trabajando grupos científicos. Pero aún sin llegar a ese punto, lo cierto es que las tecnologías han modificado sustancialmente nuestra posibilidad de vincularnos con aquellos que no comparten el mismo espacio-tiempo. Antes, para establecer ese tipo de vínculos -fueran laborales o afectivos- debíamos escribir cartas y mandarlas por correo - lo que podía demandar días y hasta semanas – y, en el mejor de los casos, el teléfono. Aunque para hablar más allá de nuestra ciudad, debíamos solicitar la mediación de la operadora y esperar pacientemente horas. Al presente tenemos en el aquí y ahora , al alcance de nuestros dedos, a los seres queridos que están lejos, lo que nos permite saber cotidianamente cómo están, qué necesitan y brindarles nuestro aporte sin demoras. Y lo mismo en el plano laboral: podemos trabajar conjuntamente personas y equipos de distintos lugares del mundo y debatir en tiempo real los avances y desafíos, como si fuéramos un grupo co-presente en el mismo espacio. Esto de ser sapiens “coexistentes”, más allá de los límites del espacio, es ya un hecho. Del mismo modo, podemos interconectarnos y gestar grupos con quienes desconocemos a partir de intereses comunes: articular y debatir ideas, concepciones del mundo, proyectos; dialogar y tener la mirada del otro aquí, en el espacio virtual, aunque estemos a miles de kilómetros de distancia.

 

El problema no está en la tecnología por sí misma sino en nosotros, como sujetos hacedores de la sociedad, y en los intereses de los dueños de las empresas tecnológicas. ¿Vamos a continuar enfrentándonos a escalas exponenciales -potenciadas por la tecnología- y a ceder nuestro futuro en manos un conjunto limitado de empresas que nos transforman en datos para sus proyectos económicos, sociales y políticos? ¿O vamos a recuperar protagonismos que afiancen nuestros derechos, identidades, proyectos desde la convergencia en la diversidad?

Sin duda hace falta regulación y legislación para preservarnos. Pero de nada servirá si quedamos entrampados en la visión del mundo y de los otros como territorio de violencias. Estamos en un momento crucial. La tecnología nos conecta como nunca antes, abriendo puertas a la cooperación global y al avance científico sin precedentes. Pero esta misma tecnología, en manos equivocadas, se convierte en una herramienta de violencia, sembrando el odio y la desinformación. Imagina un mundo donde la palabra escrita, en lugar de unir, divide y destruye. Donde la información se distorsiona para manipular y controlar.  Ese futuro no está escrito, aún podemos elegir un camino diferente.

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