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Cristian Andino
Ultima Hora - 26 de octubre de 2024

Hace exactamente 53 años nacía en América Latina una perspectiva teológica crítica que ha nutrido muchas prácticas profesionales de trabajadores sociales, de analistas económicos, políticos y filosóficos para contribuir a erradicar la pobreza y las inequidades, y orientarnos al desarrollo sostenible y a la construcción de relaciones humanas más justas y solidarias en un horizonte utópico que tiene como norte otro mundo posible.

Su fundador, el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez Merino, ha partido a la inmortalidad esta semana a la edad de 96 años. Nacido en Lima, el 8 de junio de 1928, una temprana osteomielitis lo obligó a estudiar desde casa, lo que avivó su interés por el conocimiento y la lectura, llevándolo años después, a estudiar al mismo tiempo, Medicina y Letras, los que terminaría dejando en 1950 para seguir su vocación sacerdotal.

 

En la introducción a su clásico libro Teología de la liberación. Perspectivas, de 1971, Gutiérrez escribe que su trabajo intenta una reflexión, a partir del Evangelio y de las experiencias de hombres y mujeres comprometidos con el proceso de liberación, en este subcontinente de opresión y despojo que es América Latina. Reflexión teológica que nace de esa experiencia compartida en el esfuerzo por la abolición de la actual situación de injusticia y por la construcción de una sociedad distinta, más libre y más humana.

En otras palabras, lo que buscaría la llamada teología de la liberación es retomar los grandes temas de la vida cristiana en el radical cambio de perspectiva y dentro de la nueva problemática planteada por ese compromiso y no de deducir un camino político único para los cristianos –tal como afirman muchos de sus detractores– sino que, en el terreno político se presentan opciones libres para cuyo discernimiento es necesario tener en cuenta factores de otro orden, tales como los análisis sociales, históricos y filosóficos concretos.

 

Ante el inminente colapso ecológico, económico, político y social de nuestra insostenible civilización, es imprescindible la apuesta por una solidaridad global desde fuertes valores democráticos.

¿A quiénes beneficia una sociedad cada vez menos solidaria, más individualista, más egoísta, más volcada en la mera satisfacción de los propios intereses y deseos, una sociedad intolerante ante lo diferente e insensible ante el sufrimiento del otro?

Responder honestamente estas preguntas nos ayudan a establecer criterios y líneas de acción y a evitar horas de debates estériles.

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