Jorge Iván Parra Londoño
El Tiempo - 6 de mayo de 2024
Ética a Nicómaco, por Aristóteles
Hace dos milenios, años más, años menos, filósofos griegos y latinos conformaron cinco escuelas cuyo cometido era apuntalar una rama de la filosofía que inició con Sócrates y se consolidó con Aristóteles: la ética. Escépticos, epicúreos, cínicos, cirenaicos y estoicos nos legaron principios éticos que le pueden servir de guía a cualquiera. Entre los últimos mencionados están Epicteto, Séneca y Marco Aurelio, quienes divulgaron su pensamiento en la afamada Stoa. Su principio rector, era tan sencillo como elocuente, carpe diem (aprovecha el día). Buscaban la felicidad sin depender de los placeres ni de lo material; disminuían al máximo sus necesidades; eliminaban las pasiones; se adaptaban a lo que tocara, sabían enfrentar y sobrellevar la adversidad y, sobre todo, le perdían el miedo a la muerte. Como bien sabemos, Sócrates no escribió nada, pero su legado ético lo podemos rastrear a través de los Diálogos de su discípulo Platón; en cambio, Aristóteles sí nos dejó la primera obra en la que se expone una ética de manera sistemática y que será conocida por los europeos muchos siglos más tarde, gracias a la traducción que hicieron de la obra del Estagirita quienes, a la sazón, dominaban la cultura: los islámicos.
La ética aristotélica (que no encontrará una que le haga contrapeso, prácticamente hasta la aparición de Kant) se basa en un principio llamado el justo medio, que es lo más griego que hay, pues para esta cultura, el obrar correctamente consistía en observar moderación y templanza. Aristóteles consideraba los extremos como vicios y la virtud (areté) como el mantenerse alejado de estos, aunque aclara que hay actuaciones o conductas carentes de justa medida, es decir, que de plano son rechazables (algo así como que no se puede ser poco corrupto ni poco deshonesto o poco delincuente, o no es menos criminal el que mata a uno que el que mata a dos; se es o no se es):
“no toda acción ni toda pasión admiten el término medio, pues hay algunas cuyo solo nombre implica la idea de perversidad, por ejemplo, la malignidad, la desvergüenza, la envidia; y entre las acciones, el adulterio, el robo y el homicidio. Pues todas estas cosas y otras semejantes se llaman así por ser malas en sí mismas, no por sus excesos ni por sus defectos. Por tanto, no es posible nunca acertar en ellas, sino que siempre se yerra.”
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