Ana Rosa Gómez Rosal
Jot Down - 20 de septiembre de 2024
Norbert Bilbeny, filósofo, escritor, catedrático emérito de Filosofía Moral de la Universidad de Barcelona, profesor allí durante cuarenta y tres años, realiza en El torbellino Kant (Ariel, 2024) un ejercicio de lo más equilibrado y fresco alrededor del vasto andamiaje teórico kantiano y de las circunstancias vitales del pensador. Lo hace, como tantos buenos filósofos lo han hecho, engarzando lo teórico y lo existencial con un eslabón de literatura.
Bilbeny comienza su más reciente libro con un Prólogo titulado «¡Tambor! ¡Pájaro!», que resuena al oído lector con la voz de un niño tratando de apresar el mundo naciente para los sentidos, o para el lenguaje, o para la conciencia, solo que, ya en la primera línea, se nos desvela que no estamos frente a un infante, sino ante un anciano, en proceso parecido, pero en el orden inverso: «He aquí un anciano de pequeña estatura, en su casa y encogido en un sillón. (…) Algunas personas le saludan desde fuera, alzando su sombrero y sonriéndole. Pero el viejo apenas lo percibe, porque padece demencia, probablemente la enfermedad de los cuerpos de Lewy».
Vulnerable y aislado, en proceso de consunción. Así comienza el autor la tarea de devolver a Kant su condición de hombre concreto, sacándole del exilio en lo humano descarnado, para plasmarlo de regreso a lo esencial, con la claridad sutil de quien conoce la puridad de las cosas, desprovisto de lo accesorio, despreocupado de la imagen que se proyecta al exterior. Eso sí, antes de revelarnos su nombre, antes incluso de llamarlo hombre («pequeño hombre», «hombrecillo», escribe en la segunda página del prólogo), muestra sus cartas bocarriba, lo expone como un personaje. ¿Por qué es importante esto? Porque Bilbeny está advirtiendo, desde el inicio, que no se trata de una biografía al uso, ni de la persona ni de las ideas, que es otra cosa, una creación donde los datos se traducen en erudición con voluntad pedagógica y los hechos históricos en escenas que, a veces, nos acercan a la realidad por mediación de la ficción y, otras, son recordatorio de que nada acontece en el vacío, separado de lo previo o de la consecuencia, tampoco lo proveniente de la razón.
Prosigue con el ejercicio narrativo al comienzo de los siguientes diecinueve capítulos que componen El torbellino Kant a modo de catalizador del análisis filosófico que ocupa el grueso del libro, articulado temáticamente desde el aspecto político hasta Dios, pasando por la educación, la antropología, la felicidad, la naturaleza, lo bello y lo sublime, el entendimiento, el pensamiento en sí, la razón práctica, la crítica, la pura, y, por supuesto, lo ético y la moral. Al menos esta es la estructura en principio, porque a medida que avanzan las páginas y las secciones —de nuevo, literariamente encabezadas— los asuntos se entrelazan, desembocando de vuelta en el personaje, quien, de manera orgánica, va tornando a persona y, con ello, desenvolviendo ante los lectores una personalidad que, como la historia, se constituye colectivamente.
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