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Hannah Arendt, Kant, Foucault, Schopenhauer, Lipovetsky, Aristóteles y otros cuantos filósofos están presentes en ‘Una mujer educada’ (Destino), una novela de José Carlos Ruiz (Córdoba, 1975), profesor de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Córdoba. En ella, nos acerca al personaje de Eva, una catedrática de Filosofía que tras conquistar sus dos grandes objetivos vitales ve cómo el diagnóstico de un cáncer terminal cambia sus planes. A través de las conversaciones con su cuidador, emprende un viaje literario a modo de legado vital y filosófico donde aborda conceptos como la sinceridad, la culpa, la soledad, el perdón o la tristeza. 

Pedro Sánchez Felguera
Ethic - 11 de abril de 2025

Si en 2018 lanzaste El arte de pensar, en cierto modo, a lo largo de ‘Una mujer educada’ hacemos un viaje por «el arte de conversar». ¿En una sociedad que se mueve a tanta velocidad es este un arte en peligro de extinción?

La conversación, más que un arte, es una artesanía, se precisa de buenos maestros para aprender el oficio. Como todo oficio, demanda tiempo, práctica y, en este caso, interlocutores. Esta interacción con el otro implica un momento compartido a través del vínculo conversacional, de manera que podríamos decir que toda conversación vincula. Muchos de estos elementos que acabo de nombrar están en crisis. La política del self-made, el empoderamiento o el prefijo auto (autoayuda, autonomía, autosuficiencia…) provocan de manera indirecta que la figura del maestro-artesano se menoscabe desde el momento en el que nadie quiere reconocerse deudor de nadie. El tiempo y la práctica que requiere aprender a conversar no pasan por sus mejores momentos. Y los interlocutores no se contemplan como compañeros de una comunidad de indagación desde la que nutrirnos; más bien se perciben como sustento para nuestro narcisismo cuya única relevancia pasa por aherrojar su atención.

Etimológicamente, conversar significa «dar vueltas en compañía». Sin embargo, cada vez es más común que busquemos conversar solo para confirmar nuestras hipótesis y prejuicios o para dar una clase magistral sobre lo que queremos contar. ¿Qué crees que nos cuesta más: saber preguntar o saber escuchar adecuadamente?

Ambas cosas van unidas. Una escucha atenta, sostenida bajo el paradigma de la curiosidad, se experimenta como un proceso de aprendizaje festivo y, en la mayoría de las ocasiones, te genera cuestiones que sirven como estímulo para ese aprendizaje. El problema aparece cuando, como le dice Catalina a su hija Eva, hay gente que lo único que quiere es exhibir su argumentario, no para someterlo a falsación y comprobar la fortaleza de este, sino para pavonearse. La dinámica de las redes sociales ha potenciado una sociedad de discursos, alejada de la ética discursiva que propone Habermas. El sujeto hipermoderno digitalizado está configurando su comunicación bajo la dinámica de la declaración. Se hacen declaraciones que adquieren formas de manifiesto y se presentan como afirmaciones convincentes, sin mostrar un resquicio de duda, alejando cualquier intención interlocutora. No hay posibilidad de preguntar. No hay vínculo. A esto se le añade la falta total de una pedagogía de la pregunta. Nadie enseña a preguntar. Los sistemas educativos han dado prioridad a las respuestas y ahora empezamos a darnos cuenta de que la IA también sabe responder. Sospecho que el futuro beneficiará a quienes sepan hacer buenas preguntas.

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