Pasivamente y sin sobresaltos, nuestra cultura abraza la tecnología y ve cómo su propia inteligencia y su capacidad de atención se van perdiendo de manera acelerada. Las señales están en todos lados, pero nuestras facultades para notar esto son cada vez menos.
Emilio Novis
Pijama Surf - 23 de marzo de 2024
Cada semana uno encuentra en un diario de más o menos cierta reputación un intelectual que despotrica en contra de la inteligencia de nuestra era, la enajenación de la cultura digital y el deterioro de las capacidades de los estudiantes. Hoy me encuentro con este fragmento en Letras Libres del escritor Enrique Serna:
La novela no va a morir porque ningún otro género literario o audiovisual puede decir lo que dice la novela. La introspección a la que puedes llegar por medio de la novela no la tiene el teatro ni el cine, no la tiene ningún otro medio. Por ese motivo va a sobrevivir. ¿Con cuánto público? Eso sí no lo sé. Hay un embrutecimiento colectivo que va avanzando de una manera terrible. Las redes sociales han provocado que la gente tenga una cultura muy fragmentada, que se disperse mucho la atención. Yo dejé las redes sociales porque me di cuenta de que me estaba enviciando con bobadas. No tengo la capacidad mental para absorber toda esa información. Necesito estar concentrado en lo que hago.
Hace unos días escuchaba una conversación entre dos de los más grandes intelectuales que participan en la esfera pública en nuestra era degenerada: el teólogo David Bentley Hart y el psiquiatra, neurocientífico y filósofo Iain McGilchrist. Se lamentaban de la condición actual de los estudiantes y en general de una pérdida colectiva de la capacidad de la atención profunda. McGilchrist notablemente ha mostrado cómo en nuestra era el énfasis en el modo de atención del hemisferio izquierdo, que siempre busca cerrase sobre un objeto, que no tolera la metáfora y el símbolo, que requiere de una explicación supuestamente racional y explícita para todo y que ve las cosas como entidades discretas, fragmentadas y sin conexión a la totalidad, ha creado una crisis de sentido en la modernidad. Este modo de atención modifica nuestra imagen del mundo. Ahora lo vemos como una máquina. Más aun, nosotros mismos empezamos a considerarnos máquinas inferiores que dan a luz una máquina superior.
Todo esto se repite tanto que llega a ser aburrido. Algunos podrían pensar que se trata de una reacción atávica de los viejos conservadores que no comprenden los cambios actuales y miran con nostalgia un pasado más ilustrado. O que la inteligencia se adapta y modifica, y no se pierde nada realmente esencial. ¿Qué importan que no podamos escribir com antes o albergar en la memoria pasajes de libros antiguos? Esto es lo que les gustaría pensar a los que quieren seguir con su vida sin sobresaltos. Y es esperable y comprensible que los jóvenes no quieren dar demasiadas vueltas sobre esto. Sus prospectos económicos y ecológicos ya son demasiado oscuros. Pero no hay manera de negarlo y los mismos jóvenes lo saben. Pues ellos viven de manera más directa los efectos psicopatológicos del exceso de tiempo de pantalla; ellos saben que sus amigos están deprimidos, ansiosos y la vida parece no tener mucho sentido.
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