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Como dice la frase de José Ortega y Gasset, el filósofo, por muy culto y sofisticado que sea, ha de mostrar cortesía y hacerse entender. Lamentablemente, ocurre que el público a menudo desprecia los textos fáciles de comprender y exige, de modo inconsciente, que los filósofos sean crípticos.

Iñaki Domínguez
Ethic - 13 de noviembre de 2023

En su obra ¿Qué es filosofía? (1929), José Ortega y Gasset afirmó: «He de hacer el más leal esfuerzo para que a todos ustedes, aun sin previo adiestramiento, resulte claro cuanto diga. Siempre he creído que la claridad es la cortesía del filósofo y, además, esta disciplina nuestra pone su honor hoy más que nunca en estar abierta y porosa a todas las mentes».

Que la claridad es cortesía del filósofo es una máxima que Ortega supo encarnar y defender en su prolífica trayectoria intelectual, pero que no todo filósofo ha sabido representar, ni mucho menos. Ortega es un filósofo que se hace entender por sus lectores, se cual sea la formación previa de estos. Algo similar ocurre con Nietzsche, pensador genial aunque siempre accesible para quienes quieran acercarse a sus ideas. Como él mismo afirmó: «Quien se sabe profundo, se esfuerza por ser claro; quien desea parecer profundo a la gran masa, se esfuerza por ser oscuro. Pues la gran masa considera profundo todo aquello cuyo fondo no puede ver: tan temerosa y tan poco le gusta entrar en el agua». Y dijo también: «Hay espíritus que enturbian sus aguas para hacerlas parecer profundas». 

La escritura es una herramienta para la comunicación, por lo cual exige que el escritor sea lo más claro posible en su exposición. El filósofo, por muy culto y sofisticado que sea, ha de mostrar cortesía y hacerse entender. Lamentablemente, ocurre que el público a menudo desprecia los textos fáciles de comprender y exige, de modo inconsciente, que los filósofos sean crípticos, como si al ser más incomprensibles fuesen, lógicamente, más interesantes o inteligentes. Aquí el que habla es el snob. Hay quienes compran discos de jazz, sin entender ni un ápice de su contenidos musicales y quienes dicen leer ciertos libros sin vislumbrar siquiera su significado. La idea sería, en este caso, alimentar el ego frente a otros (aparentar), no disfrutar en la intimidad de un producto cultural concreto.

En el caso de la filosofía uno puede, por poner un ejemplo, decir: «Sudar en una sauna alivia la resaca». Se trataría de una forma de sabiduría bastante simple y rudimentaria. De este modo, si se es un filósofo que aspira a ser original, novedoso y revolucionario, crearía un simulacro de inteligencia diciendo la misma frase empleando otro lenguaje: «La segregación de flujos internos por vía del calor vaporoso purifica el cuerpo y la mente de los excesos etílicos una vez superado el alba». De hecho, esta última frase nos recuerda a las formulaciones típicas de la filosofía presocrática.

 

Es por ello que invito a los lectores sin formación filosófica a empezar por los grandes filósofos que sí saben expresarse, como es el caso de Ortega. Y, por qué no, que empiecen con un libro de rabiosa actualidad como es La rebelión de las masas (1929), donde se vaticina todo lo que hoy está ocurriendo en el marco del mundo digital y la opinión pública (acierto póstumo que, sin duda, halagaría la vanidad del filósofo madrileño). Las dificultades de comprensión brillarán por su ausencia.

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