El autor acaba de publicar su cuarto libro, ‘Cómo hablar con un adolescente y que te escuche’, en el que analiza todos los mitos que existen en torno a esta etapa vital y ofrece pautas para que los padres la sobrelleven lo mejor posible, como escuchar a sus hijos y revisar los errores de su propia adolescencia
Adrián Cordellat
El País - 28 de enero de 2024
“La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”. Estas palabras, que podrían firmar y secundar muchos adultos al hablar de los adolescentes, se atribuyen a Sócrates y fueron escritas hace 2.500 años.
“Es absolutamente sorprendente, pero al fin y al cabo el ser humano no ha cambiado tanto a lo largo de estos milenios. Los adolescentes continúan queriendo romper con lo que hay para crecer, para madurar y para hacerse mayores; y a los adultos siempre nos ha costado gestionar los cambios y aceptar lo que es difícil; y la adolescencia es una etapa de muchos cambios y muy difícil”, reflexiona Jordi Nomen (Barcelona, 58 años), profesor de Filosofía y Ciencias Sociales en la escuela Sadako de Barcelona y autor, entre otros, del bestseller El niño filósofo (Arpa, 2021).
Nomen ha publicado recientemente su cuarto libro, Cómo hablar con un adolescente y que te escuche (Arpa, enero 2024). Un volumen en el que, partiendo de su experiencia de más de tres décadas trabajando con adolescentes, hace un repaso a medio camino entre la filosofía y la pedagogía por algunos aspectos esenciales de una etapa vital que, por su carácter de puente entre la infancia y la adultez, siempre ha estado rodeada de mitos.
PREGUNTA. ¿Por qué la adolescencia ha tenido siempre esa connotación tan negativa?
RESPUESTA. Porque no sabemos manejarla. Por un lado, hay un duelo mal gestionado por la infancia que quedó atrás, esa idea que no me gusta nada de que se pierde la infancia. En todo caso es verdad que la infancia no vuelve, pero no se pierde, está en ellos. Por otro lado, porque la adolescencia nos hace enfrentarnos a lo desconocido, a la incertidumbre, y nadie nos ha enseñado a navegar por la incertidumbre y la intemperie. Eso nos cuesta mucho, así que en esas circunstancias lo más fácil es hacer lo que hacemos los adultos: decir que todo está mal y que todo es un naufragio.
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